El hecho de que no sean para siempre (aunque esta afirmación tiene sus matices), como los tatuajes ha hecho que el piercing lleve algunos años haciendo verdadero furor entre los adolescentes y no tan jóvenes. Por ello muchas personas, sobre todo padres y madres, están interesadas en conocer cuáles son los riesgos de llevar un piercing. En este post lo contamos, especificando además los peligros concretos en función de la zona del cuerpo donde se ponga.

La técnica, consistente en insertar abalorios y joyas en diferentes partes del cuerpo, no solo ha ido obteniendo cada vez más adeptos en nuestro país; también ha ganado en audacia. De esta forma, si hasta hace dos décadas las únicas perforaciones que se hacían en el cuerpo eran las del lóbulo de las orejas, en la actualidad el abanico de posibilidades se ha ampliado considerablemente. Labios, nariz, espacio interdental, lengua, mejillas, cejas, frente, pezones, pene, clítoris, antebrazos… Prácticamente cualquier zona corporal es susceptible de ser adornada con barras, bolitas, anillas, aros discos o pedrería.

Y no solo eso. Muchos usuarios no se conforman con perforar la piel, además dilatan la zona escogida mediante la inserción de abalorios cada vez más grandes que deforman orejas, mejillas y labios, fundamentalmente.

En los primeros años tras la resurrección de esta técnica milenaria —su origen se remonta a las prácticas rituales que muchas sociedades tribales hacían para iniciar el comienzo de la vida adulta o verificar la madurez sexual de sus miembros—, es decir, en torno a la década de los setenta de manos del colectivo punk, las medidas higiénico sanitarias brillaban por su ausencia, de manera que el contagio de hepatitis, herpes, VIH, candidiasis, Eipstein-Barr, pseudomonas y algún que otro patógeno más estaban a la orden del día. Por tanto, los peligros de hacerse un piercing durante aquellos años eran especialmente graves.

Por fortuna, con el paso de los años, los procedimientos de anillado se fueron haciendo más seguros y ahora no se concibe hacerlo sin guantes, autoclaves, instrumental quirúrgico debidamente esterilizado y materiales aptos para insertarse en la piel. No obstante, incluso observando todas estas medidas, el anillado corporal no está exento de riesgos. Algunos son los mismos que los de los tatuajes: queloides —cicatrices abultadas—, granulomatosis —reacción inflamatoria en forma de racimo— e infecciones por diferentes patógenos.

Pero otros son propios de esta rama del body art. La más habitual es la sensibilización al níquel, un metal muy alergénico que está presente en muchas joyas y abalorios, aunque su compuesto principal sea otro, como el acero quirúrgico, el oro, el titanio o el niobio. Cabe destacar que los metales considerados poco alergénicos como el oro también producen reacciones adversas entre los usuarios de piercings, que sufren una incidencia mayor de desgarros y hemorragias cuando se anillan ciertas zonas muy vascularizadas, como la lengua o el pene.

Peligros de hacerse un piercing según la zona del cuerpo donde se ponga

En función de la parte del cuerpo donde se ponga, los principales riesgos de llevar un piercing, según los dermatólogos clínicos del Grupo Pedro Jaén y la evidencia científica, son los siguientes:

Piercing en la boca

De todas las partes del cuerpo susceptibles de ser adornadas con un piercing, la cavidad bucal, especialmente la lengua, es la que más riesgo tiene de desarrollar complicaciones. La lengua es el escenario perfecto para albergar infecciones graves difíciles de tratar. Por un lado, es una zona por la que discurren gran cantidad de vasos sanguíneos, lo que hace que sangre con facilidad incluso por culpa de heridas de pequeño tamaño.

Por otro, está plagada de terminaciones nerviosas encargadas de que apreciemos los sabores y la temperatura de lo que comemos y bebemos. Por eso, el piercing en la lengua está considerado como uno de los más dolorosos; aunque por delante de este se encuentra el de la úvula o campanilla. Esta zona de difícil acceso es complicada de anillar y perforarla duele muchísimo. Entre eso y los riesgos que conlleva, algunos profesionales se niegan a practicarlo.

Como colofón, millones de bacterias, unas buenas y otras no tanto, campan a sus anchas por la boca después de entrar en ella cuando masticamos, nos mordemos las uñas, bebemos, fumamos o mordisqueamos objetos extraños. De hecho, no es exagerado decir que casi es peor que te muerda otra persona a que lo haga un perro.

En resumen, que hacer una perforación en la boca —lengua, labios, frenillo, espacio interdental, cara interna de las mejillas…— para alojar un piercing es comprar papeletas para que te toque una infección o una hemorragia.

La diferencia con los juegos de azar convencionales es que las probabilidades de ganar son mucho mayores.

Peligros de ponerse un piercing: mujer con piercing en la lengua.

La literatura médica ha documentado cientos de casos de angina de Ludwig ocasionados por piercings en la boca. Se trata de una infección bacteriana que se origina en el suelo de la boca, por debajo de la lengua, que causa color e inflamación de cuello, fiebre, debilidad, dolor mandibular y dificultad respiratoria cuyo tratamiento requiere la administración intravenosa de antibióticos para evitar que la inflamación obstruya las vías respiratorias.

Esta terapia necesita completarse con antibióticos orales durante largos periodos de tiempo, además de reparación dental y drenaje quirúrgico de los abscesos que se forman en las raíces de los dientes y que pueden afectar incluso al cuello.

Sin llegar a este extremo, anillar cualquier parte de la boca suele causar microrroturas y traumatismos dentales, maceración de la piel, retracción de las encías por el roce del adorno, lo cual incrementa la sensibilidad dental y puede acabar en la pérdida de piezas dentales, fibrosis en torno al abalorio, que además puede ocasionar atragantamiento y aspiración si se suelta o desenrosca, desgarros si se engancha, reacciones alérgicas e interferencias radiográficas… eso por no hablar del mal aliento provocado por la dificultad de llevar a cabo una buena higiene con el piercing puesto, de las dificultades para hablar correctamente al tener un objeto extraño dentro de la boca o de los escapes de saliva por los orificios de los labios y mejillas.

Con todas estas pegas más que probables, no es de extrañar que muchos especialistas reclamen medidas más duras a la hora de practicar un piercing en la boca, especialmente si el anillado se quiere hacer en la lengua, dado que la perforación de la misma se considera un acto de cirugía menor y, como tal, no puede ser abordado sin firmar antes un consentimiento informado que recoja estas y otras complicaciones menores y por parte de profesionales que no tengan conocimientos de anatomía, anestesia y sutura.

Piercing en los genitales

Los riesgos de hacerse un piercing en los genitales también son importantes. Perforar escroto, pene, pezones, labios mayores y menores femeninos y el clítoris con aros y barras además de ser bastante doloroso y de requerir un estricto control durante su curación es especialmente arriesgado por varios motivos: se trata de áreas muy vascularizadas, de manera que las hemorragias son más probables. El hecho de ubicarse en zonas que normalmente están bajo la ropa incrementa el riesgo de abrasión o desgarro al rozar o engancharse en las prendas.

Tampoco hay que olvidar la rotura de preservativos, dificultades para lograr la erección, dolor o molestias durante las relaciones sexuales y alteraciones en la uretra, lo que supone un problema a la hora de orinar.

Además, tanto en hombres como en mujeres, la infección del piercing puede extenderse a los órganos sexuales internos y causar complicaciones graves. Las que cursan con abscesos de pus pueden producir gérmenes que pueden entrar en el torrente sanguíneo y causar una sepsis; una infección masiva que pone en serio peligro la vida del paciente, o endocarditis bacteriana si se aloja en las válvulas cardiacas.

Piercing en el ombligo

Si la boca es un nido de bacterias, el ombligo no es una zona mucho más limpia. En esta cicatriz de nacimiento se acumulan montones de gérmenes y suciedad que no es fácil eliminar debido a la profundidad y la cantidad de pliegues que presenta. Hacer un piercing en el ombligo requiere de unos cuidados posteriores muy estrictos. Aun así, las infecciones en esta zona por culpa de esta práctica son bastante frecuentes y el tratamiento es largo y molesto, puesto que hay que administrar antibióticos durante semanas, además de hacer unas curas que pueden ser bastante tediosas.

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Referencias y autoría del contenido

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