En este post explicamos la importancia de la vitamina D para la piel y la salud general, las dificultades que tenemos en España para asimilarla y el dilema entre protegerse del sol o exponerse a él para sintetizarla.
La vitamina D es controvertida casi desde su bautismo. Para muchos expertos este elemento no debería recibir la denominación de vitamina, ya que no se trata de un compuesto ajeno que nuestro organismo sea incapaz de producir.
Es cierto que se encuentra en algunos alimentos, pero también lo es que nuestro cuerpo la puede sintetizar por sí mismo si nos exponemos al sol durante unos minutos cada día.
Esta vitamina es necesaria para absorber el calcio y el fósforo, dos elementos fundamentales para asegurar la buena salud de huesos y dientes. De hecho, la mayor evidencia científica al respecto de sus bondades la encontramos en la reducción del riesgo de fracturas y caídas ligadas a la osteoporosis y en la prevención del raquitismo en niños.
Según tenemos constancia, la vitamina D es la única hormona conocida capaz de estimular las proteínas implicadas en la absorción intestinal del calcio y, precisamente, es el papel que tiene sobre el metabolismo del calcio lo que hace que, además, influya en la salud cardiovascular, en la fertilidad masculina y femenina, en la buena marcha del embarazo, en el riesgo de aborto, en ciertas patologías nerviosas, alteraciones autoinmunes e incluso se ha estudiado su papel en el desarrollo de algunos tipos de cáncer.
La falta de vitamina D está asociada a un mayor número de infecciones del tracto respiratorio inferior, como bronquitis o neumonía, especialmente en población pediátrica. Por otro lado, en personas mayores, una deficiencia de ella favorece la fatiga, la debilidad y los calambres y dolores musculares. También hace más difícil la cicatrización de las heridas y la recuperación después de una cirugía.
Del mismo modo, se ha comprobado que su déficit está asociado a depresión, incremento del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares —infartos, hipertensión, síndrome metabólico— y que aumenta el riesgo de padecer diabetes.
Asimismo, el hecho de que se sintetice en la piel y la relación que tiene con la actividad del sistema inmunológico y los procesos inflamatorios ha provocado que se estudie su efecto sobre patologías dermatológicas tan diversas como el acné, la rosácea, la psoriasis, la alopecia, el vitíligo, la hidrosadenitis supurativa, la alopecia areata, el melanoma, el lupus o la dermatitis atópica.
En todas ellas se registra una carencia de vitamina D y en la mayoría se ha observado que los pacientes con deficiencia de esta vitamina tienden a presentar cuadros más severos o empeoramientos en el curso de la enfermedad que los que tienen un nivel normal.
De hecho, para algunas de estas patologías se ha establecido la recomendación de determinar el nivel de esta vitamina y valorar la suplementación con vitamina D para mejorar el pronóstico de la enfermedad y de sus comorbilidades.
¿Por qué no asimilamos suficiente vitamina D en España?
Teóricamente, el 90 % de los requerimientos diarios de vitamina D de un paciente pueden ser satisfechos mediante la exposición controlada al sol. Sin embargo, la carencia de esta vitamina tan importante para la salud general se ha convertido en un problema en el mundo, incluso en los países mediterráneos.
En España, donde disfrutamos de más horas de sol que otros países vecinos, los estudios han podido comprobar que la deficiencia de vitamina D es igual de prevalente que en el resto de Europa Central. De esta forma, en nuestro país se han descrito concentraciones bajas de esta vitamina en más del 80 % de los individuos mayores de sesenta y cinco años y en un 40 % de la población menor de esa edad.
Los motivos de esta aparente paradoja residen, según la mayoría de las fuentes, entre las que figura un documento de consenso de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), en el uso habitual de fotoprotectores de índice elevado en verano, a la predominancia de fototipos altos entre los ciudadanos mediterráneos —tener mayor cantidad de melanina impediría, teóricamente, asimilar la vitamina D de manera correcta—, a la existencia de mucha población envejecida —más susceptible de sufrir esta carencia—, malos hábitos nutricionales, prevalencia de ciertas enfermedades metabólicas, renales o hepáticas y consumo generalizado de algunos medicamentos que interferirían en la absorción de vitamina D.
De entre todos estos motivos, los especialistas señalan como más probables en nuestro país los relacionados con desequilibrios dietéticos y el hecho de que gran parte de la población española reside por encima del paralelo 35° Norte. Esta distancia con respecto al ecuador reduciría la probabilidad de sintetizar vitamina D en los meses de otoño e invierno e incluso en primavera.
El dilema de protegerse del sol o metabolizar la Vitamina D
Que la absorción de vitamina D tenga que hacerse, fundamentalmente, a través de la radiación solar, unido al hecho de que se trata de un elemento poco presente en los alimentos, ha provocado un controvertido debate: ¿tenemos que escoger entre protegernos del sol con filtros solares potentes o arriesgarnos a sufrir déficit de vitamina D? ¿Si usamos fotoprotectores para prevenir las quemaduras solares y el cáncer de piel puede ser que nos estemos exponiendo a riesgos de salud mucho mayores? ¿Se puede prescindir de la crema solar porque la carencia de vitamina D puede poner en riesgo nuestra salud?
Estas preguntas adquieren especial relevancia máxime si tenemos en cuenta que los dermatólogos insistimos en que la fotoprotección ha de ponerse en práctica durante todo el año, que el índice de protección ha de ser lo más alto posible y que debemos aplicarlo incluso aunque no vayamos a salir a la calle, ya que la luz azul de las pantallas —ordenadores, tabletas y smartphones— también daña la piel. Sin embargo, los especialistas entendemos que el dilema no es tal y que, por supuesto, la falta de vitamina D no debe usarse como justificación para adoptar conductas imprudentes bajo el sol.
Por un lado, solo la radiación ultravioleta de tipo B es adecuada para sintetizar la vitamina D. De esta forma, exponerse al sol sin la protección que ofrecen los filtros solares de amplio espectro —que bloquean, además de la radiación ultravioleta B, la de tipo A, la infrarroja y la luz visible— o acudir a centros de bronceado, donde se promueve la activación de la melanina mediante el suministro artificial de radiación ultravioleta A no tiene sentido. Por otro, para absorber la cantidad diaria que necesitamos de vitamina D es suficiente con exponerse al sol sin protección en brazos o piernas durante 15 – 20 minutos diarios. Incluso podemos hacerlo estando cerca de una ventana, porque exponernos al sol no quiere decir que nos achicharremos debajo del astro rey.
Si a pesar de esto seguimos teniendo déficit de esta vitamina, cuya carencia hay que buscarla en causas que van más allá de la exposición solar, debemos consultar con nuestro facultativo para que estudie el origen y valore la posibilidad de prescribir suplementación con vitamina D. Es importante recalcar este punto antes de empezar a tomar cualquier suplemento nutricional o preparado vitamínico, ya que el exceso de algunos de ellos puede resultar perjudicial si se excede la dosis diaria recomendada o los toman pacientes que están en tratamiento con otros suplementos, preparados herbales o medicamentos.
En concreto, los signos de toxicidad por exceso de vitamina D son: náuseas, vómitos, falta de apetito, estreñimiento, debilidad y pérdida de peso. Es más, unos niveles demasiado altos de vitamina D pueden ocasionar cálculos renales, hipertensión, anorexia, fatiga, daño renal, aumento patológico del nivel de calcio en orina y sangre —hipercalcemia—, lo que a su vez da lugar a un estado de confusión mental, deshidratación, desorientación y problemas con el ritmo cardiaco.
Por todos estos motivos, alguien que considere que sus niveles de vitamina D pueden estar comprometidos por no poder estar mucho tiempo al aire libre, no recibir suficiente sol o por no seguir una dieta adecuada, debe consultar con su médico. Asimismo, quizá debería empezar por asimilarlo a través de la dieta, ya que en pocas ocasiones una dieta equilibrada encierra riesgos referidos al consumo excesivo de un exceso de un determinado nutriente.
Fuentes alimenticias de Vitamina D
• Pescados azules como el salmón, la caballa, las sardinas o el atún. Es quizá la fuente alimenticia de vitamina D más significativa teniendo en cuenta los patrones dietéticos de la población general.
• Aceite de hígado de bacalao. En realidad, es la fuente más importante de vitamina D. Este remedio era bastante popular hace algunas décadas y básicamente se acepta que tiene los mismos beneficios que los ácidos grasos omega 3. No obstante, su sabor es desagradable, por lo que ha caído en desuso.
• Leche.
• Zumo de naranja.
• Queso.
• Yogur natural.
• Yema de huevo.
• Aguacate.
• Setas.
• Lácteos enriquecidos y alimentos funcionales como cereales del desayuno, zumos… han sido enriquecidos con vitamina D porque obtenerlo de los alimentos que la contienen de manera natural es complicado y habría que tomar cantidades imposibles —por lo elevadas— de ellos para lograr un nivel aceptable.
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Referencias y autoría del contenido
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